Odiar mola

mandar a la mierda

Odiar está subestimado.

Odiar está mal conceptuado dentro de nuestra sociedad.

Sí, efectivamente tenemos muestras históricas de que el odio a lo diferente (lo que sea) ha generado guerras, genocidios, exclusiones y mil y un problemas de los que no debemos estar orgullosos. Incluso hay odios que son autodestructivos con aquél que lo experimenta, pero seamos claros: éstos son sentimientos llevados al paroxismo, pasiones desequilibradas que impiden la razón y el sentido común.

No podemos odiar porque todo es políticamente correcto. ¿Te acuerdas cuando tu madre o tu abuela te decían que qué iban a pensar los vecinos si llegabas a tal hora o te veían con no sé quién? Pues ahora es lo mismo, sólo que una panda de bienpensantes que dominan la opinión general se echan las manos a la cabeza cuando eres ácido, negativo o te dejaste el filtro encima de la cisterna del retrete. Llámalo Bucay, Coelho, Tolle o como el último coach/maestro espiritual que habla de secretos, de caldos de avecrem o de quesos desaparecidos.

Todo tiene que ser superhappyflower, chupiguay de la vida, megawonderful y buenrollista. ¿De verdad? Está bien encontrarse con una sonrisa o con alguien auténticamente optimista pero cuando la felicidad se convierte en dogma y elemento de marketing ya cansa. Satura y es falso. Es igual que esas sonrisas perfectas, blancas y de dientes alineados, a las que sólo les falta algún destello: te preguntas un poco mosqueado «¿qué me ocultas?».

Yo te lo digo: la mayor podredumbre que te puedas imaginar. La felicidad como dogma tiene los mismos problemas que cualquier otra creencia fundada en un principio innegable. Estoy harta de ver gente de esta nueva creencia juzgar al resto desde su púlpito sin ponerse en el lugar del otro, encerrado en su punta de vista, y lo que es peor, negando ciertos sentimientos, que acaban enquistándose.

Por eso, no lo excluyamos de nuestra vida: el odio forma parte de nosotros. Prescindir de él es dejar cojos a aquellos sentimientos que se sitúan al otro lado y que te hacen disfrutar de la vida, de aquello que te gusta. El odio, como muchos otros sentimientos, hay que conocerlo y educarlo, para que resulte realmente productivo. Como dice @mediotic, es un motor de emociones y acciones.

Odiar te hace ponerte metas: te ayuda a evolucionarte, a verte reflejado en conductas que no te gustan y que puedes cambiar, a reaccionar ante comentarios que te hacen creciéndote para que no te infravaloren, a aprender de lo negativo y no verlo como un fracaso. Podría verlo todo de color de rosa, pero negar aquello que no me gusta y no reaccionar me agota.

La felicidad se vive, no es una pose, así que odia y sé feliz: una cosa no excluye a la otra.

[Imagen: fight off your demons]

Esta entrada fue publicada el 05/11/2013 a las 15:34. Se guardó como Reflexiones y etiquetado como , , , , . Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.